Trump o Patria
Por Martín Méndez
Hay palabras que no admiten el olvido. Y hay momentos, como el que atravesamos, en los que callar es ceder territorio. Esta semana, el embajador de Estados Unidos, Peter Lamelas, decidió abandonar la retórica habitual del cuerpo diplomático y leer —sí, leer— un discurso ante el Congreso de su país en el que anunció, sin eufemismos ni pudor, que su misión en Argentina es cumplir con una hoja de ruta trazada en Washington.
Una hoja de ruta que no le pertenece ni al pueblo argentino, ni a su Constitución, ni a su democracia. Le pertenece a Donald Trump, al FMI, y a los intereses que se creen con derecho a tutelarnos.
Lo dijo sin titubeos: que Cristina Fernández de Kirchner debe seguir presa. Que ningún gobernador podrá firmar acuerdos con China si no es con el visto bueno de la Embajada. Que Estados Unidos respaldará a Javier Milei en las próximas elecciones. Y que, en paralelo, la embajada de Israel colaborará con la resolución de las causas AMIA y la Embajada de Israel, como si se tratara de un conflicto externo, y no de una herida profunda de la soberanía judicial argentina.
No hay diplomacia en lo que dijo Lamelas. Hay intervención. No hay colaboración. Hay condicionamiento.
Y no hablamos de rumores ni interpretaciones malintencionadas: lo leyó. Con frialdad quirúrgica, como quien ejecuta un mandato prestado.
El mensaje fue claro: Estados Unidos ha dejado de simular neutralidad. Viene a respaldar un proyecto político determinado, a condicionar la política exterior, a definir qué causas judiciales deben prosperar y cuáles no, a garantizar que ningún vínculo estratégico —salvo el propio— se desarrolle sin su venia.
El fantasma de la tutela extranjera ya no es un fantasma: es una oficina con bandera y escudo en Libertador al 3.500.
Y entonces, como pueblo, como Nación, como historia, surge la pregunta inevitable:
¿Trump o Patria?
Porque no se trata de estar a favor o en contra de un gobierno. Se trata de estar a favor o en contra de la soberanía.
No se trata de defender a una persona, sino de defender el principio fundante de cualquier democracia digna: que el que gobierna lo decide el pueblo, y no un embajador con órdenes impresas.
Hoy, más que nunca, se actualiza la disyuntiva histórica. La misma que en su tiempo nos interpeló con nombres distintos —Braden o Perón, Nación o Colonia— pero con el mismo dilema de fondo:
¿Somos libres o somos obedientes?
¿Elegimos nosotros o nos eligen ellos?
¿Nos regimos por nuestra Constitución o por un memo de Washington?
Peter Lamelas no hizo un error diplomático. Ejecutó una estrategia premeditada. Y si no hay una respuesta institucional clara, terminaremos naturalizando lo inaceptable: que una potencia extranjera venga a decidir qué líderes deben ser presos, qué acuerdos pueden firmarse, qué candidato debe ser apoyado y qué causas judiciales conviene cerrar.
No es tiempo de tibiezas. Es tiempo de definiciones.
Porque el silencio, en estos casos, también es una forma de subordinación.
Hoy más que nunca, con el corazón en alto y la historia como espejo, debemos recordar que la Patria no se mendiga, se ejerce.
Y que frente a la imposición de una agenda ajena, solo cabe una respuesta firme, democrática y soberana: